jueves, 13 de noviembre de 2014

Una historia de terror





Salimos de clase formando una fila detrás de la seño. En el patio nos esperan nuestros padres. Después nos va dejando marchar de uno en uno según va reconociendo a aquellos que han venido a buscarnos. Mi papá aún no ha llegado. Desde hace mucho tiempo, como no tiene otra cosa que hacer, es él quien me trae y quien me lleva. Y me encanta. Me gusta sentir su mano grande entre las mías. Me siento bien. Pero él, no sé por qué, últimamente siempre está triste.
—Seño, mi papá está triste —le dije a Nati, la monitora, una mañana.
Me sonrió mientras me ofrecía un vaso de leche caliente.
—No te preocupes. Son cosas de mayores.— Me pasó la mano por la coleta, fijándome bien la goma.
Hace un año que desayuno en el cole. Antes, cuando papá no me podía traer a la escuela porque tenía que salir temprano a trabajar, teníamos más dinero y desayunaba en casa con mamá y era ella quien me traía. Pero ahora ya no. Aunque ahora es mucho mejor. Es divertido desayunar con mis mejores amigos del mundo. Leche caliente y galletas. No hay nada mejor. Daniela, Lorena y Cecilia también desayunan conmigo, aunque ellas toman cuatro galletas más que yo y también zumo de naranjas. Que ellas tengan más galletas me da algo de envidia, pero el zumo no. Mamá dice que no lo necesito, pero es que además no me gusta. Después, aunque aún esté oscuro, salimos a jugar antes de entrar en clase y vamos recibiendo en el patio a todos los que van llegando a la Escuela. Es genial.
A veces mi papá espera detrás de la valla hasta que entro en clase. Y cuando me ve correr y saltar sonríe. Saca la mano del bolsillo y me saluda. Mamá siempre intenta hacerle sonreír. Pero no siempre lo consigue. Hace unos días mi mamá entró en el baño y gritó. Me asuste muchísimo y fui corriendo a ver qué pasaba. Cuando llegué vi que mi padre estaba sentado en el suelo y ella lo abrazaba. Pregunté qué estaba pasando, pero ella dio un portazo y cerró. Después me fije en el murmullo que venía de detrás de la puerta y me pareció oír que lloraban. Yo nunca he visto llorar a mi padre. Los niños como Iván sí lloran pero los mayores no. Sin embargo mi papá sí estaba llorando. Cuando le vi sentado en el suelo sostenía una cuchilla en la mano.
En cambio al día siguiente todo fue maravilloso. Papá en lugar de llevarme al colegio me llevó a una cafetería y me invitó a un vaso de Colacao con magdalenas. Antes preguntó al camarero cuanto costaba todo. Él no quiso tomar nada. Dijo que no le gustaba desayunar fuera de casa. Luego fuimos al parque y me llenó de besos. Y me hizo reír muchísimo. Qué gracioso es mi papá cuando está contento.
Aunque a veces me asusta. Últimamente, cada vez que llega una carta se pone nervioso y siento que va a empezar a gritar y a insultar a todo el mundo. Mi mamá no. Sólo coge las cartas, las lee y las arruga aplastándolas con la mano. Después se encierra en su habitación. Cuando eso ocurre mi casa se llena de silencios y miedos.
—No llores, mamá —le pedí ayer cuando se echó a llorar encima de la cama. Para tranquilizarla me tumbé a su lado.
—Claro, cariño, no va a pasar nada. —Se incorporó y se secó las lágrimas con la manga— Nos vamos a tener que ir de esta casa, ¿sabes? Pero buscaremos otra que nos guste más. ¿Vale? — Sonrió.
—Pero seguiremos viviendo cerca de Daniela, ¿verdad?
Se rió, y su risa me ató a ella como un abrazo.
Mi padre acababa de salir de casa.
Hoy me trajo como todos los días. Me dio un beso y se quedó esperando a que saliera del desayuno. Luego, justo antes de atravesar la puerta me llamó:
—Irene.
—¿Sí, papá? —Me sonrió y levantó la mano como despedida. Yo le mandé un beso.— Hasta luego, papá.
Pero no ha venido a buscarme. Y es raro. Siempre llega el primero. Lo veo desde mi pupitre y eso hace que me sienta bien. Una a una mis compañeras se han ido despidiendo según iban apareciendo sus padres.
—Seño, no ha venido mi papá.
Mi profesora me sujeta de la mano en el patio vacío mientras las sombras van poco a poco desdibujando los perfiles.

(A la PAH)